martes, 17 de junio de 2008

Día XXX, sin crisis aparente

Hoy no me hallo en la mejor posición posible para escribir, recostado en la cama, con el codo izquierdo apoyado en la misma y su extensión última rechinando en el teclado; sin embargo, como casi todas las noches, siento cierto ansia por ponerme a ello. No es rutina, creo que forma parte de un rito de sosiego.

Hace unos días narré las entrevistas en las que participé para el puesto de “manager molón”. No continué, porque en estos casos cuando no sucede nada sabes perfectamente que no has sido seleccionado.
Esta mañana me han llamado, para realizar una última entrevista. Telefónica (la entrevista, no la empresa). Ya me sudaba la polla todo aún más, y ante preguntas tan definitivas como: “¿Qué perfil encaja más con tu experiencia, tesorería o cuentas a pagar?” he respondido que “medaigual, no he nacido para ninguna, pero las dos áreas las conozco a la perfección.”. Y me han seleccionado, y me han felicitado. Al otro del teléfono la respiración expectaba en silencio.
—Debo pensarlo bien—he concluido.
Así, con sus guiones bien largos, como seguro que le gusta a la señora.
Al colgar el teléfono no sólo me he despedido de una mujer de voz poco menos que sensual, me he despedido con la cabeza gacha de mil participaciones de mi cómoda rutina. El silencio ha comenzado a susurrarme al oído, malmetiendo.
—Debo pensarlo bien—he concluido de nuevo.

El prendido fuego al silencio con la llama de un encendedor y la ensordecedora agudeza de la cafetera. Bien, de puta madre. Yo no bebo café. He calentado el agua y me he preparado un te, en busca del excitante perfecto en estas tardes de transición particular. Al enfriarse la teína pierde sus propiedades. Algo parecido me ocurre a mí.
He degollado finalmente el silencio con un paseo a paso ligero a mi nuevo piso de alquiler, que da a la calle Casanovas, como debe ser.

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