miércoles, 4 de junio de 2008

Día XVII, o el de la acampada en el hospital.

Tercera en tres semanas.

¿Cuál será el diagnóstico esta vez? Hoy toca polisomnografía; la primera a la que me sometieron me entristeció. Hoy le preguntaba a la psicóloga de turno si me iban a dejar llevar libros, esta vez. No, ésta vez tampoco. He contraatacado solicitándole por la posibilidad de emplear sedantes no hipnóticos. Y una vez más, me ha respondido que no, simplemente que trate de llegar cansado. Le he replicado que no se trataba de benzos. Ha suspirado: “faltaría menos”. Si alguien debía estallar en aquél instante ese alguien he acabado siendo yo:
- ¿Cómo coño quieres que no esté cansado? -he respondido, ya un tanto alterado, un tanto jocoso-. En tres semanas la media de horas diarias dormidas no supera las dos y media.

A fin de cuentas, Silvia ya no estará allí, quizás la cosa cambie. A tal nombre responde la última psicóloga que me realizó la prueba. Cuando conversaba con Silvia se ponía en plan trascendental, y dudaba de mi insomnio. Venía a decirme que no era posible que no durmiera en toda la noche. Le dije que sí, y que tampoco lo hice la noche anterior. Comenzamos a hablar a las diez y media de la noche y, no sé en qué momento, me comentó la ilusión que le hacía montarse una de aquellas casitas modulares y prefabricadas en las que tantas esperanzas depositaba Silvia cuatro años atrás. La salvación ante la asentadísima especulación inmobiliaria.
- Acabo de cortar con mi novia, Silvia -que así se llamaba mi novia, que así se llamaba ella. No tengo ni pajillera idea de lo que entendió ella. Continuamos hablando; ella comenzaba a sentirse culpable por seguir dándome coba a las 2 de la mañana, pero “es que no bostezas” repetía.
-Así no dormiremos nunca.
No te jode. La que no has de dormir eres tú, y yo poseo la flamante habilidad de dormir a toda mujer a la que hablo en la cama. No se lo dije, aquella fue una de las conversaciones que más compañía me ha dispensado en toda mi vida.
A las tres de la madrugada resultó que establecí un simulacro de sueño que duró 20 minutos. Me desperté repentinamente y angustiado. La luz de la habitación contigua, que a mi despertar era tenue, se densificó de repente, así como la aguja que diseñaba el gráfico de mi sueño.
- ¿Silvia? ...
- Estoy aquí, tranquilo.

Hasta las 6 no nos dijimos nada más, quedaban dos horas más de prueba, pero yo ya no lo soportaba más. Le pedí que me desconectara. Me desconectó. Le di las gracias. Me las devolvió. No sólo por haberme desconectado. Quise insinuar que esperaba verla cuando me diesen los resultados. Quise entender que ella insinuaba lo mismo.

Una semana más tarde me pasé recoger los resultados. Para entonces, Silvia, según me informaron pregunta mediante, había dejado de trabajar en la unidad de neurofisiología de la clínica Quirón de Barcelona.

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