martes, 8 de julio de 2008

La Espuma de los Días

He estado altamente tentado a dejar este sitio en los últimos días, pero aún no he terminado con esta serie.


He soltado mi taza de té, he dado una última calada al cigarro y he mirado la contra del libro que acababa de leer, apoyada en la mesa de la terraza que ocupaba. Lo miraba profundamente, y le rogaba un respiro que no me ha sido concedido. Tan sólo me quedaban veinte páginas para terminar, yo hubiera leído doscientas mil con tal de terminar el libro más violento que haya leído en toda mi vida. La naturalidad del personaje y el salvajismo sexual no entrañaba ninguna novedad en la obra de mi escritor preferido, al cual ya me ha dado tiempo de releer en varias ocasiones. Perdí este antes de entrar en acción todo el compás sadomasoquista más brutal al que yo me he enfrentado nunca, y aún así no dejaba pasar ni una sola palabra, ni una sola hendidura de dientes, ni un sólo hilo de sangre.
Últimamente tardo cada vez menos en terminar los libros que me interesan, ni cuatro horas he necesitado para finiquitar la lectura de hoy, además de meterme entre pecho y espalda 3 capítulos de los Soprano, terminar el cómic Fell, de Templesmith, sumergirme en las genialidades de los venga monjas y las series de la HBO.
Si bien es cierto que he desoído todos mis compromisos de hoy, y lamentándolo, ha merecido la pena, porque el hambre que últimamente tengo probablemente no volverá. O quizás sí, en forma de vómito cultural y agradecimiento a un mentor que ni siquiera tuvo tiempo de envejecer, un corazón tan acuciado e insalubre como elegante en todo lo desagradable que aborda. Ingeniero, trompetista, compositor, novelista, dramaturgo, poeta y, sin embargo, francés, aunque arraigado a todo lo norteamericano.

A pesar de los escalofríos que han seguido a las sonrisas iniciales no ceso en alabar la grandilocuencia de cada espacio en su obra, de cada atentado que comete a modo de simple sentencia.

Creo que esta novela describe la forma en que Vernon Sullivan escupe sobre las tumbas de todos cuanto le censuraron por “ultraje a la moral y a las buenas costumbres”.

Y mientras tanto, Boris baila claqué durante un week-end eterno en una party, a dos metros bajo tierra.

martes, 1 de julio de 2008

Día XL, el de los vagos recuerdos

Al acercarme a Izan y alargarle el brazo para estrechar su mano él toma la mía al modo masón, como si acto seguido me fuera a plantar un beso en la mano como a una una damiselina. De los masones sólo conozco ciertos símbolos, así como referencias explicadas en conversaciones que me sonaban a ...masón. Me hubiera quedado más tranquilo con la broma. No es norteamericano, mi Ízan, tampoco judío, pero la mano me la ha estrechado al mismo estilo. Tres años llevábamos sin vernos, que yo recuerde, yo no es que sea muy católico, pero no puedo evitar escrutarlo de arriba a abajo, y no me resulta muy diferente ni cambiado. Bueno, ya parece nacerle la barba. Empieza a hablarme muchas cosas, pero no le hago ni puto caso. ¿Cómo cojones...? No conozco los rituales de los masones, ¿se comen a los humanos antisemitas? Yo no es que lo sea, pero sé que a partir de ahora corro más riesgos, el término judiada queda prohibido, por tanto sé que lo soltaré seguro.
Joder Ízan, eres un puto profano, nos has puesto los cuernos; eso es lo que hacéis los putos masones a todas horas con la jodida mano. Tú sigue hablando que a mí no me convertirás, cerdo bellaco amigo de los templarios.
—Por cierto, perdona, me has cogido desprevenido y te he dado la mano la mano como los mariquitas —interrumpe mi pensamiento, con media sonrisa —, en este tiempo no he cambiado tanto.

¡Coño, Izan!¿A qué coño juegas? Ser masón es peor que comer rabos, digo yo. No lo sé, yo ya no sé qué decir. O sé:
—Vete de aquí, masón maricón impío de mierda.
—Vaya, veo que tú estás igual que últimamente; no pasa nada —añade con cierto tono triste en su voz, condescenciente —. De todos modos, estamos en mi casa, papá, y preferiría que te quedaras.