viernes, 27 de junio de 2008

Día XXXIX, con pocas luces

Aquí, donde moro, nos hallamos hoy entre apagón y apagón, ahora sólo iluminado por la luz del ordenador del portátil y los ligeros haces de luz que se desparraman, sin alcanzarme, por el ventanal. Abrimos la puerta de entrada y vemos que el apagón afecta a todo el edificio, sentimos como nos recorre el cuerpo una grata sensación anestesiante, relajada, sólo turbada por lo molesto de varias alarmas que saltan.

Anoche me atreví a predecir de lo que escribiría hoy, dado que me he quedado a oscuras también desde un punto de vista ciberespacial, voy a hablar de lo que creo que dije un poco y un mucho de lo que me salga de las pelotas.

Joder, que desconecten esa alarma de una puta vez, menuda mierda si no acude nadie.

El último libro que recientemente he leído ha sido “El último trayecto de Horacio Dos”. Eduardo Mendoza lo escribe aprovechando su mejor recurso: la agilidad. Sus libros te los lees en un santiamén, te despiertan carcajadas varias pero, curiosamente, no le impulsan a un servidor a coleccionarlo. La agilidad de lectura, que no de escritura, es lo que más alabo en un escritor, muy lejos de quedarme clavado en lo enrevesado de ciertas prosas, a las que por supuesto, no me atrevo a criticar. De similar estructura a “Sin Noticias de Gürb”, eleva las pretenxiones pero no así su ingenio, pese a que el sabor de boca que deja debería calificarse un puto por encima de “dulce” aunque cinco por debajo de “delicioso”.

Esta mañana he terminado de echarme entre pecho y espalda la serie “Carnivale”, emitida originariamente por HBO, como anteriormente hiciera con “A dos metros bajo tierra”. De contenido tan místico como esquizofrénico, no se comprende del todo bien la delimitación entre un territorio y otro. Quizás la línea general del reparto no me resultara atractiva en absoluto, aunque ciertas sorpresas te llevas, sobre todo la composición del personaje de Ben Hawkins. A cargo del hasta ahora actorucho Nick Stahl. Bien es cierto que no habrá tenido que trabajar demasiado dicha composición, pues él de por sí encarna todos los rasgos del personaje en apariencia.

También me agradaría escribir acerca de Hulk 2, pero me temo que voy a esperar a que sea más vista y contraste mejor los puntos de vista. A mí se me antojo altamente esperanzadora.

Chimpum

La luz ha regresado y, mientras meaba, se ha vuelto a ir. ¡Qué gran puntería tengo!

jueves, 26 de junio de 2008

Día XXXVIII, uno más

Por una parte he conseguido izar las velas. Cada noche, al llegar las 00:00, me echo a dormir. Respiro, me relajo, y en alguna ocasión no tardo ni diez minutos en dormir. No me despierto 22 veces, ni una tampoco, que yo recuerde.

Por otra parte he terminado con la mudanza, que algo se ha parecido a una guerra, y el final, al de una ruptura malhumorada. Firmé el armisticio sin tener documento alguno. Ella también lo merecía, quizá. O yo necesitaba zanjarlo utilizando la palabra escrita, pues ella apenas coge el teléfono para reprender. Jamás la he visto hacerlo. En cambio sí he observado sus giros de pescuezo para evitar saludos.

Mañana es la fecha límite para certificar mi futuro. Y lo tengo decidido. Abandono el barco y me subo a otro. En este caso, una mujer me entrevistaba, con un aspecto de zorra simplemente adorable. Me he concentrado, como si de un match point, sin saber a favor de quién, se tratara. No he apartado la vista de su mirada en la hora que ha durado la entrevista, más cercana a la negociación que al concepto en sí. Hemos comenzado a hablar de los beneficios sociales, y se me ha empezado a endurecer, el rostro. Mis peticiones no han sido muy escuchadas, pero yo hablaba por hablar. Al final, ella ha afirmado:

—Traías el guión memorizado para este encuentro.
—Sí, pero en vistas de la entrevista me he visto obligado a improvisar.

Así pues, esta ausencia no ha sido tal, sólo un fin de semana en la montaña y batallas de convivencia, a las que añadir nuevas experiencias. En resumen: el petróleo, a quemarlo.

Mañana, libros y series.

lunes, 23 de junio de 2008

Día XXXV, el que no recuerdo

Ayer fui a comprar un paquete de Marlborín (antiguos lights) al kebab de la esquina. Recogí el cambio, regresé a casa, vi la tele, me di un golpe con la palma derecha en el parietal más cercano, salí de nuevo, me dirigí a la esquina, entré otra vez al kebab y le pregunté a un señor que de primeras parecía muy amable y muy probablemente, de segundas, lideraba un grupo armado radical paquistaní asesino de ovejas:
—¿Me he dejado el Marlborín en la máquina?
—Sí señor, muchas gracias—respondió el morenito.
—Repito: ¿me he dejado un paquete de tabaco, Marlboro para más señas, en su máquina expendedora?
—Sí señor, muchas gracias.—El paquete ya campeaba sobre la barra del bar desde la primera vez, intuí, así que me disculpé y me despedí—: Adiós, amigo.
Estas cosas pasan.
Hoy se ha repetido la cantinela cuando me he terminado el té y a trescientos metros de la cafetería he recordado que no había pagado. Lo mismo ha pasado cuando he entrado en casa y mi —dentro de tres días— excompañera de piso me ha dicho muy amablemente que había dejado la puerta abierta.
—¡Hijo de la grandísima puta! ¡Que nos van a robar todo!
—¿Qué es todo, exactamente?
—No, a ver, tú ya has sacado todos tus trastos importantes de casa, pero los míos de momento, se quedan.
—Siempre te quejas de que no gestionas tu espacio y de que acumulas mierda innecesaria, ¿no?
—Sí ...
—¡Pues de nada, mujer! Anda y vete un ratín a tomar por el culo.

Algo más del estilo ha sudedido hoy también, pero al haberme dejado el cuaderno de notas en la casa de mis benditos padres no lo he apuntado.

Nietzsche: "Benditos sean los olvidadizos pues superan incluso sus propios errores."

De Olvídate de mí.

Y sin embargo hay ciertas cosas que jamás conseguiré olvidar.

jueves, 19 de junio de 2008

Día XXXI, crash (test dummies)

Yo esperaba un taxi en el vértice de un chaflán. Del cateto mayor, el opuesto, salía un camión.
Yo no lo he escuchado a él. Él no me ha visto a mí.

El Uno por el Otro, y la casa barrida: y aún así la colisión se ha producido.

El hilo de un haz de luz de dimensiones paquidérmicas me ha golpeado al mismo tiempo. Una puerta abierta de repente. Una caída me habría situado debajo del camión. No sé como he escapado, pese al tamaño tamaño del camión y a lo diminuto de mi figura enfrentada a un choque tal, aunque mi contrincante se enfrentase contra mi postura en marcha atrás, a 5 km/h.

El conductor no se ha percatado hasta que me ha visto retorciéndome de dolor.

Y quizás, sólo quizás, yo estaba fingiendo.

He apagado la luz con un sólo pestañeo, al abrir de nuevo los ojos me he sentido acogido por un nuevo e interesante día.

martes, 17 de junio de 2008

Día XXX, sin crisis aparente

Hoy no me hallo en la mejor posición posible para escribir, recostado en la cama, con el codo izquierdo apoyado en la misma y su extensión última rechinando en el teclado; sin embargo, como casi todas las noches, siento cierto ansia por ponerme a ello. No es rutina, creo que forma parte de un rito de sosiego.

Hace unos días narré las entrevistas en las que participé para el puesto de “manager molón”. No continué, porque en estos casos cuando no sucede nada sabes perfectamente que no has sido seleccionado.
Esta mañana me han llamado, para realizar una última entrevista. Telefónica (la entrevista, no la empresa). Ya me sudaba la polla todo aún más, y ante preguntas tan definitivas como: “¿Qué perfil encaja más con tu experiencia, tesorería o cuentas a pagar?” he respondido que “medaigual, no he nacido para ninguna, pero las dos áreas las conozco a la perfección.”. Y me han seleccionado, y me han felicitado. Al otro del teléfono la respiración expectaba en silencio.
—Debo pensarlo bien—he concluido.
Así, con sus guiones bien largos, como seguro que le gusta a la señora.
Al colgar el teléfono no sólo me he despedido de una mujer de voz poco menos que sensual, me he despedido con la cabeza gacha de mil participaciones de mi cómoda rutina. El silencio ha comenzado a susurrarme al oído, malmetiendo.
—Debo pensarlo bien—he concluido de nuevo.

El prendido fuego al silencio con la llama de un encendedor y la ensordecedora agudeza de la cafetera. Bien, de puta madre. Yo no bebo café. He calentado el agua y me he preparado un te, en busca del excitante perfecto en estas tardes de transición particular. Al enfriarse la teína pierde sus propiedades. Algo parecido me ocurre a mí.
He degollado finalmente el silencio con un paseo a paso ligero a mi nuevo piso de alquiler, que da a la calle Casanovas, como debe ser.

lunes, 16 de junio de 2008

Día XXIX, de buena mañana


Sucede en ocasiones que te despierta el mismo rumor que te duerme. Anoche la Cadena Ser me durmió alrededor de las 2:30 de la mañana, y la misma emisora me ha despertado a las 5:35 de la madrugada. A las 6:49 he enviado el mensaje de rigor matinal. Continuaba sin conciliar la vigilia, sin desesperar lo más mínimo. Muy contrario a asemejarme a Blas en una cama de velcro, he optado por ver alguna película de aquellas que siempre se prestó a la oportunidad pero jamás al interés. Y una vez más he percibido lo mismo que otras muchas veces este año. Que llevo mucho tiempo equivocado.
Diarios de Motocicleta no se me ha dispuesto en el mejor momento, pero -qué cojones- me ha tocado los huevos que se acabara tan pronto un metraje de 110 minutos. Me los ha tocado porque después de haber digerido una película de naturaleza tan singular como cruda, como es Pure, y haberme decepcionado tanto Beowulf, lo más fácil, cinematográficamente hablando, de ver este fin de semana ha sido una película de la Disney, Invencible. Me avergüenza confesar que yo del Ché sabía muy poco, y en cuanto ha comenzado la película he necesitado hacer acopio de varios documentos con el fin de hilvanar una biografía más o menos neutral y objetiva. Ello me ha conducido a una nueva necesidad. Adquirir el libro Diarios de Motocicleta. Y además leérmelo.
Sé y sabía que la vida de Ernesto Guevara aporta heroicidades únicas y jamás correctamente descritas. Sin embargo, dichas heroicidades se sustentan en el viaje descrito en la película, en todo que minuciosamente observa a lo largo de su viaje desde Buenos Aires a Perú, donde finalmente ejerce la medicina en un inmundo hospital en condición de leprólogo aún por licenciar, pendiente de las 3 últimas asignaturas. Sea realidad o ficción el sufrimiento y la lucha se describen perfectamente en apenas cinco minutos.


Diarios de Motocicleta supone, por ende, un muy buen inicio de semana, hecho que se traduce en que, de ahora en adelante y hasta el domingo, esta semana va a ir de más a menos, que España va a volver a ser apeada de la Eurocopa en cuartos y, en fin, teóricamente todo va a ser una puta mierda como un piano de cola. Y me da un poco igual, la verdad.

viernes, 13 de junio de 2008

Día XXVI, un pequeño anticipo

¿Quién no ha escrito jamás acerca de la felicidad? No seré yo el primero en no irrumpir en ella. Aunque no hoy. Hoy doy varios motivos literarios que me acercan a ella.

J.D. Salinger, uno de mis escritores predilectos -sin duda el primero-, transcribía entre sus líneas algunos pasajes o versículos zen. A mí la “filosofía zen” o el Taoísmo me proporcionan un interés tan extraño como inaplicable. El segundo autor que devoré, pasados los años fue Herman Hesse.
El guardián entre el centeno me proporcionó por vez primera una visión distorsionada de las ciudades, que nunca se describe en el libro. Me imaginé una ciudad de Nueva York atravesada por la calle Lexington y la 5ª avenida, en la que cada edificio se levantava con espigas de trigo. Allí se perdía Holden, custodiando a su pequeña hermana Phoebe y recordando a su hermano mayor, D.B., postrado en su tumba con un guante de béisbol en su mano derecha, colocada sobre el corazón. Centeno, putas, pianistas de Jazz, Sally Hayes pintándose y Jane Gallagher derramando sus lágrimas en un columpio de Maine,a solas con Holden. Hasta los 13 años no leí algo que realmente me gustó. Inmediatamente adquirí toda su obra. Escasa.
Herman Hesse también indagó en el budismo, siendo éste retorcidamente ocultado en uno de los libros más angustiosos que he leído, El Lobo Estepario. Esa fue la puñalada que me clavó, y que luego retiró a medias y lentamente la odisea de Siddharta, en compañía de un devoto amigo, Govinda.

Luego les siguieron J. W. Goethe, García Márquez y el mamón de Paulo Coelho con su jodido Alquimista. Éste último, un engañabobos. Más joven leía novelas de Stephen King y Clive Barker, nada apartado de la literatura más convencional.

Actualmente pocos autores me despiertan la misma pasión, apenas Muñoz Avia y Mendoza me han arrancado sonrisas, Nick Hornby le dado al play en sus páginas y me he cagado en Trueba. Soldados de Salamina, de Javier Cercas, me ha aportado una prosa cuidada y minuciosa, preocupada por la forma y el fondo, a partes iguales. Laforet me ha sorprendido una vez muerta (como sorprenden los buenos).

Creo que algo de todos ellos y mucho de mí se hallan compuestos en el personaje de Diego Viñas, un caradura a punto de estallar, acerca del que escribo al margen de toda presencia en la internette de los cojones. Un cenizo divertido y social, tan torpe como despreocupado, tan pronto pensativo y sensible como chulo y respondón. Un personaje al que le he cogido un cariño literario inmenso.

Algo de todos ellos y mucho de mí, con edificios como espigas y con Harry Haller leyéndome con desdén

jueves, 12 de junio de 2008

Día XXV, por el culo te la hinco

Las cosas acostumbran a sucederme mañana. Cuando me refiero a cosas, incido sobre todo a cualquier esperanza. Deja para mañana lo que podrías hacer hoy. A mí se me quedó eso.

El poder, además de un sustantivo, es un verbo irregularmente limítrofe al deber y al querer. Lo que quiero; lo que quiero se debe poder ahora, aunque no llegue hasta mañana. Lo que debo no siempre lo quiero, y para arremeterlo debo poder quererlo.
Esto es algo complicado, y mentiría si dijera que llevo días pensando en ello. Se me ha ocurrido hará un par de horas, lo he apuntado en el cuaderno y cuando he llegado a casa he empezado a dibujar esquemas. Tres verbos, ninguno de ellos copulativos(la cópula verbal no he comenzado a razonarla, pero todo se follará).
Siempre me da por analizar gilipolleces, ¡soy muy consciente de ello!Yo no es que me castigue, en absoluto, me divierto con ello. El matemático analiza sus fórmulas, el geógrafo se limita a sus fronteras y relieves, el lingüista y el filólogo estudian el lenguaje y la literatura, el filósofo aplica la lógica y el existencialismo y demás corrientes de conocimiento a todo, y el gilipollas juega a aplicar su escaso conocimiento a limitar el elemento esencial del lenguaje y a permutarlo en posiciones matriciales 3x3 mediante ecuaciones de 3 incógnitas. Gilipolleces.

E incluso así creo que es fascinante. Eso sí, el desarrollo lo dejo para mañana.

miércoles, 11 de junio de 2008

Día XXIV, con un Millar de hostias

Estoy finiquitando la celebridad de mi cerebro a base de mal. De mal, porque si no hubiera tenido suficiente con las películas malas, con contar los comentarios repetidamente vertidos sobre mis múltiples presencias cibernéticas, los libros densos, los escritos barriobajeriles por los que actualmente deslizo mi azotada imaginación, hoy he vuelto a consumir... cómics. Ni entre signos de admiración de digno a escribirlo, tan sólo me resigno a ello.

Hoy me he terminado Tug & Buster. Bien, muy divertido.

Luego me he leído The Wanted, de Mark Millar. Un millar de hostias, de tacos, de tiroteos, de violaciones, de sugestiones, y un etcétera, tan largo como el rabo de Two Dick, el que reparte en el resumen total de las viñetas. De Millar sólo había gozado de Ultimates, y no me enganchó tanto. Supongo que mi recepción emocional últimamente tiende más al villano. Aunque sí, algo de Fight Club (mucho) tiene.

También me ha me ha llamado -superpoderosamente- la atención un cómic llamado Fell - ciudad salvaje. No he perdido el tiempo en proporción al dinero, y he encargado la 8ª temporada de Buffy tVS, vía USA.

¿Por qué? ¿Por qué ahora desemboco en el frikismo absoluto? Creo que es porque ahora hago lo que me sale de la punta del rabo.
Me quedo con una frase genial, que impetuosamente le dedica The Fox a Wesley Gibson:
“La única diferencia entre un sueño y una pesadilla es el tamaño de tus cojones.”

Desgraciadamente, no pondría yo demasiadas expectativas en la adaptación del producto de Hollywood para la gran pantalla (o para la pequeñuca de cualquier portátil).

martes, 10 de junio de 2008

Día XXIII (2ª parte), o el de las psicopatías

Soy un animal en cuanto me ponen delante una serie de televisión que me gusta. Desde luego, ya no cometo el error de verlas a capítulos semanales. En el caso de un libro, por ejemplo, en que el ejercicio de la lectura requiere una mayor concentración, no me imagino tardando 20 semanas para acabarlo. Básicamente porque tras 5 días sin leerlo, si me ciño a la novela, comenzaría a meterle alguna trama diferente en algún momento.
No sé a ti, pero para mí ahora muchas películas no son más que un episodio piloto muy largo.

Los primeros dos capítulos de Dexter, de la mano de la tan aclamada como arriesgada cadena norteamericana Showtime (Californication, Weeds, Queer as folk, The L World, Bullshit!...), no reconfortan al espectador y, aunque dan pie al despliegue de la trama principal, atropellan los rasgos esenciales de su protagonista, un psicópata que, como tal, trata al resto de personas como objetos en aras del beneficio moral y ético inculcado profundamente por el carácter, progresivamente menos firme, de su padre adoptivo.
A partir de entonces comencé a conocer -incomprensible- perfectamente a Dexter. ¿Puede alguien identificarse con un psicópata en toda regla como él? En mi opinión sí, cualquier hijo de vecino. No siente ni remordimiento ni culpa, sin embargo intercambia constantemente sus objetivos vitales y necesita asesinar como quien necesita comer.

El protagonista, Dexter, lo encarna una acojonante composición de personaje a cargo de Michael C. Hall. Acojonante, porque jamás dirías que es el moña de “A dos metros bajo tierra”. No, nada que ver, resulta incluso irreconocible. Su interpretación se ve perfectamente acompañada de otros buenos actores secundarios, entre los que, desde el primer capítulo, destaca la angelical figura de Julie Benz, en el papel de Rita, novia de Dexter y madre de dos hijos fruto de su matrimonio fracasado con un heroinómano, pues simboliza a la mujer con la que todo hombre desearía casarse y, a la vez, la mujer a la que cualquier hombre le tomaría el pelo. Raza en existinción, pero haberlas digo yo que haylas. También amo a Julie Denz por haber participado en Buffy, como Darla, la amante primera de Angel.

Y para terminar...¡Spoiler!...busquen la relación a lo largo de la serie que guardan Dexter y Patrick Bateman.

Día XXIII, el del sueño

Según me dijo al despertar, no recordaba haber soñado nada durante la noche. Un chasquido de agua más allá de su persiana bajada y plegada, aldededor, pero en su constancia volvió a cubrirla de nuevo.

Entonces me explicó que hay días en los que las gotas de lluvia viajan desde abajo hacia arriba, sólo cuando nadie las mira.

Anoche, al tirar de la cinta de la persiana hacia abajo, al ver desplegarse sus láminas meticulosamentesubirse, primero, y al levantar el telón, luego, observé perplejamente ausente millones de gotas sostenidas, suspendidas, atentas, en el aire, extendiéndose a lo largo y ancho de mi campo óptico. La quietud entonces me envolvió a mí y sollozó para que tú te durmieras.

Las gotas -ni tan solo las más precoces, que esperaron a sus inmediatas- todavía no habían contactado el suelo, hasta que han obtenido el permiso a través de una mueca que una ligera brisa ha forzado al acaraciarme, húmeda, la mejilla.

lunes, 9 de junio de 2008

Día XXII, el de la víspera

Escribir acerca de sueños es muy recurrente y poco original.

Voy a escribir acerca de sueños, pues.

Últimamente la efectividad de mi sueño se halla en horas muy bajas; la única ventaja es que al no entrar en fases de sueño profundo recuerdo todo cuanto sueño. Anoche decidí dejar mi cuaderno de notas junto a mí, acaso una visión un tanto pesimista del despertar.

Una hora y media dormida, 3 sueños anotados.

Del primero anoto torpemente un extracto de una entrevista que alguien realiza a dos personas
Entrevistador: ¿A qué se dedican ustedes?
Entrevistado A: Hacemos música.
Entrevistado B: A componer, lo cual nos separa de los que simplemente la hacen y nos sitúa muy por encima de ellos, aunque no sea mi postura preferida.

En el segundo una niña entona el tricotín, tricotrán (una tonadilla infantil), sustituyendo el tricotín por Satanás, el tricotán por Belzebú. Me he sentido algo perturbado al revisar la nota.

El tercero es el más torpe, y en él una señorita bien rolliza se me acerca se presenta ante mí con dos libros bajo el brazo: "Así habló Zaratrusta", de Nietzsche, y "On The Road", de Kerouac. A partir de ahí todo el diálogo es confuso, como no podía ser de otra manera.

Los tres son una mierda pinchada en un palo, pero seguiremos con el ejercicio a ver hasta donde nos llega, aunque, naturalmente, con cierta predilección por no recordar nada al despertar.

Jubiloso Silencio.

viernes, 6 de junio de 2008

Día XIX, o el día de Pilingui

La culpa de todo la tienen esos cafés de máquina adulterados, pienso, al escuchar la sarta de gilipolleces que he escuchado hoy. Entonces me digo: recluirse en casa no es malo. Luego, a los 5 minutos se me olvida. ¿Que se me olvida el qué? No lo sé, no lo recuerdo, voy a darme un garbeo y luego continúo.

Céntrate cenizo, y recuerda ponerle hoy la etiqueta a la entrada de hoy, que queda muy bien y como si supieras de qué sirve.

3 veces he escrito la palabra hoy en 2 párrafos, valga la rebuznancia.

Me fascinan ciertas aptitudes de las personas, capacidades, o llámalo como te salga de la punta del nabo. Bien no lo sé. No lo sé. Sinceramente no tengo ni idea de por qué no me llama Pilingui, tras todo este tiempo. Explicar quién es Pilingui a estas alturas es complicado, quizás sea un personaje al que capitular cuidadosamente. O no.
Pilingui es una zorra.
Es un buen comienzo. Pilingui era y es -y no me aventuraré más, por ventura- una compañera de trabajo que se sienta, como diría Jesús Vázquez en sus tiempos arni-anos, a dos centímetros escasos de mi boca, lo cual, traducido a términos reales, vienen siendo unos dos metros.
Pilingui camina de tal modo que se traslada de lado a lado avanzando, a base de golpes de cadera, y traslada mi imaginación a un lugar muy próximo a su centro de gravedad. El que sea, me da igual, cualquier parcela de ese cuerpo me ha puesto ya en problemas. Ella me retrotrae a mis míseros tiempos más virginales cada vez que gira su silla, enfrentándose a mí y se abre de piernas. Con pantalones, pero da igual, se abre, y eso mientras me mira con cara de jó-de-te que aquí hay danger, danger.
Pilingui me mira a veces con la cabeza gacha y los ojitos asaltando la frontera de sus pestañas, para que la acompañe al archivo, que esta oscuro y le da miedo. Trato de tranquilizarla con obviedad señalándole que sta oscuro si no enciendes la luz. Me contesta con picardía que está oscuro si así lo prefiero.
Pilingui es una zorra.
Pilingui es una zorra.
Pilingui es una zorra.
He tratado a decirlo tres veces delante del espejo para intentar que se me apareciese.
Voy a llamarla ipso facto, no sea que le haya pasado algo.

jueves, 5 de junio de 2008

Día XVIII, o el de mis despertares

La Clínica Quirón ha modificado su ubicación.

Y todo lo demás, no estaba Silvia, sólo una italiana que me ponía las tetas en la cara cada vez que debía alargar un brazo en busca del occipital. Y cuando digo “sólo” no quiero restarle valor, pero en una prueba de sueño no necesito que me exciten más de lo debido. Iba acompañada de un residente enclenque y desgarbado. Al principio no entendía qué diantre hacía todo el rato encogido de hombros. Y no, simplemente aquella era su percha. Debía ser su primera prueba, no estaba nada suelto, en absoluto seguro, no sabía distinguir las zonas pares de las impares, ni diferenciar el centro de la cabeza. Había hecho un dibujo de una cabeza en la trataba de apuntar las zonas del cráneo.
- ¿Soy yo? -Le pregunté. Él torció la sonrisa, no le salían las palabras.- Recuerda que para esta prueba también has de dibujar los ojos.- yo tampoco es que hable demasiado en círculos extraños, pero tampoco me callo.
Unos 35 electrodos, aproximadamente. Apenas pesaban. Apenas molestaban. Aparatos, fundas, respirador. Y apenas noté nada, lo repito, todavía incrédulo. Dormí como suelo dormir: mal. Bien, porque la última vez no debió haberse tenido en consideración. Fue una exageración de la realidad.
- Buenos días – entona Raffaela.
- Bon Giorno -replico-, ¿Cuánto he dormido? - Yo estaba convencido de que me diría que unas tres horas.
- Mássss o menossssss, unas chinqüe horas, y te has despertado 6 veces.

Los insomnes tendemos a asegurar que siempre dormimos menos de lo que realmente hemos dormido. A veces dormimos incluso seis horas del tirón; la calidad real: una mierda, ni dos horas. Una vez, en pareja, y tras unos muy eficaces métodos – lo que viene siendo después de correrme-, llegué a dormir 11 horas seguidas. Desde entonces han pasado ya unos chinqüe años, y no he vuelto a dormir así.

He salido de un hospital y me he ido a ingresar a otro: en ésta ocasión para efectuar unos cuestionarios, de 734 preguntas, y dos entrevistas de personalidad. Ahí muy bien, también.

Nosotros, ambos, lo hemos bordado. Lo que no sabía el uno lo contestaba mi otro.

miércoles, 4 de junio de 2008

Día XVII, o el de la acampada en el hospital.

Tercera en tres semanas.

¿Cuál será el diagnóstico esta vez? Hoy toca polisomnografía; la primera a la que me sometieron me entristeció. Hoy le preguntaba a la psicóloga de turno si me iban a dejar llevar libros, esta vez. No, ésta vez tampoco. He contraatacado solicitándole por la posibilidad de emplear sedantes no hipnóticos. Y una vez más, me ha respondido que no, simplemente que trate de llegar cansado. Le he replicado que no se trataba de benzos. Ha suspirado: “faltaría menos”. Si alguien debía estallar en aquél instante ese alguien he acabado siendo yo:
- ¿Cómo coño quieres que no esté cansado? -he respondido, ya un tanto alterado, un tanto jocoso-. En tres semanas la media de horas diarias dormidas no supera las dos y media.

A fin de cuentas, Silvia ya no estará allí, quizás la cosa cambie. A tal nombre responde la última psicóloga que me realizó la prueba. Cuando conversaba con Silvia se ponía en plan trascendental, y dudaba de mi insomnio. Venía a decirme que no era posible que no durmiera en toda la noche. Le dije que sí, y que tampoco lo hice la noche anterior. Comenzamos a hablar a las diez y media de la noche y, no sé en qué momento, me comentó la ilusión que le hacía montarse una de aquellas casitas modulares y prefabricadas en las que tantas esperanzas depositaba Silvia cuatro años atrás. La salvación ante la asentadísima especulación inmobiliaria.
- Acabo de cortar con mi novia, Silvia -que así se llamaba mi novia, que así se llamaba ella. No tengo ni pajillera idea de lo que entendió ella. Continuamos hablando; ella comenzaba a sentirse culpable por seguir dándome coba a las 2 de la mañana, pero “es que no bostezas” repetía.
-Así no dormiremos nunca.
No te jode. La que no has de dormir eres tú, y yo poseo la flamante habilidad de dormir a toda mujer a la que hablo en la cama. No se lo dije, aquella fue una de las conversaciones que más compañía me ha dispensado en toda mi vida.
A las tres de la madrugada resultó que establecí un simulacro de sueño que duró 20 minutos. Me desperté repentinamente y angustiado. La luz de la habitación contigua, que a mi despertar era tenue, se densificó de repente, así como la aguja que diseñaba el gráfico de mi sueño.
- ¿Silvia? ...
- Estoy aquí, tranquilo.

Hasta las 6 no nos dijimos nada más, quedaban dos horas más de prueba, pero yo ya no lo soportaba más. Le pedí que me desconectara. Me desconectó. Le di las gracias. Me las devolvió. No sólo por haberme desconectado. Quise insinuar que esperaba verla cuando me diesen los resultados. Quise entender que ella insinuaba lo mismo.

Una semana más tarde me pasé recoger los resultados. Para entonces, Silvia, según me informaron pregunta mediante, había dejado de trabajar en la unidad de neurofisiología de la clínica Quirón de Barcelona.

martes, 3 de junio de 2008

Día XVI, o el de la Desgraciada Juventud

-La juventud de hoy en día lo tenemos jodido - así hemos comenzado a quejarnos en la terraza del bar.
Yo suelo decir lo mismo de vez en cuando, en voz alta, acaso cada vez que me domicilian una bocanada de aire, pero hoy en lugar de opinar con la respuesta social y fruto del reflejo he reflexionado (ojo), sólo un poco. Quizás lo tenemos jodido, claro, porque nuestros padres han de soportar cómo nos vamos de alquiler y no somos capaces de comprar un piso mientras les saqueamos las neveras; se lo explicamos, y creemos que no nos entienden. O quizás es que se conocen la cantinela.

Para empezar, quizás ya no somos tan jóvenes y sí algo desvergonzados. Un poco parásitos, para continuar con algo imposible de concluir. Yo no me recuerdo que me dieran somantas de azotainas en el colegio, ni que saliéramos de una guerra y no nos quedaran tíos, o tener que ir a una guerra con o sin convicción política alguna.

Lo tenemos jodido, sí, pero quizás no sea nada en comparación a lo que podría haber sido. Hemos nacido bajo el mismo cielo que los negritos raquíticos de las fotos, los rumanitos sin brazo, incluso el mismo que los musulmanes, que son la bomba; pero el suelo en el que hemos nacido nos ha dado la gracia y fortuna de tener derecho a quejarnos de auténticas gilipolleces, de inventarnos enfermedades mentales, de traficar con la desgracia y de, en definitiva, convertirnos a la postre en la idiocia impávida e inmóvil más grande que haya parido madre.
- ¿En qué piensas? - me ha preguntado F., ante mi falta de respuesta.
- Nada, en subnormalidades – he corroborado al tiempo que sudaba de darle una sola de mis monedas a la gitana que, con los ojos clavados en la profundidad de sus cuencas, me rogaba a modo de tradicional limosna. Inevitablemente por un segundo me he perdido en la infinita tristeza de la desgraciada, y le concluido-: ya ves, si lo tenemos jodido la juventud.

lunes, 2 de junio de 2008

Día XV, o el de la maratón interrogatoria

Las entrevistas realizadas hoy bien merecen un libro entero, 2 horas nada más y nada menos realizando sendas entrevistas orales. Una, la de recursos humanos, extraña, ante una zorrilla que me ha metido en un despacho a 28 grados, y entre lo buena que estaba y el sudor que me recorría progresivamente hasta variar el rumbo en los vértices de mis pómulos -poco marcados debido a mis sustanciales mejillas-, o hasta enfrentarse al abismo que supone la punta de mi nariz, desde luego y dadas las circunstancias, ha ido mal. No me he puesto nervioso, pero a una de personal explicarle como funcionan los procesos financieros es como pedirle a mi bisabuela que se instale el mozilla. La segunda ha sido muy diferente. No sólo por el intervalo de la conversación en la primera, correspondiente a mi principal cagada:
- ¿Qué tal llevas el inglés?
- Pues muy bien, la verdad (...), por todos estos motivos, aunque reconozco que no sabría qué pedir ante una mariscada, si la carta fuera en inglés – ella no lo he cogido, pero como soy básicamente un cerdo lo único que me ha venido a la cabeza ha sido un rápido y contundente-: no sabría pedir almejas.
Tomate sí, con sólo verme la cara se intuía.

Al despacho del director de la división sólo le faltaba la bandera en una de las esquinas, tan separadas unas de otras como yo de su categoría; qué mesa, al verla me he imaginado a una mujer con un trapo enorme deslizándose sobre ella. Pero un detalle me ha llegado al alma. Lo único que tenían en común el director y la joven entrevistadora pornobuena de personal es el aire de superioridad académico que poseen únicamente los Másters del Universo. Sin embargo, él sí que sabía de lo que me hablaba, y yo sabía contestarle, y él lo entendía todo, y sabía más que yo, sin duda, de todo.El detalle que me ha llegado al alma, para finalizar, es lo que ha dado toda la confianza. La silla que me había ofrecido era, visto a la legua, mucho más cómoda que la suya y eso, para mí, habla totalmente en favor de un interlocutor. Jamás en la vida me he sentado en una tan cómoda como esa, y de tenerla en mi poder, ¿Cómo se me ocurriría cederla?

Podrán contratarme o no, pero desde luego en 2 de 3 he pasado el corte.

Pero como siempre... las mujeres tienen la culpa. Y mira que hoy llevaba visible el libro de Laforet.

domingo, 1 de junio de 2008

Día XIV...

...o el día en que comencé a darme cuenta de que perdí la cuenta de los días anotados y aquí transcritos.

Día XIII, o el día favorito de un supersticioso

Son los últimos días grises de una primavera invernal, y trato de contentarme con poco, tal y como está el patio. No es particular, y cuando llueve se moja, como los demás.
Leyendo, estructurando, viendo Galáctica, leyendo más, a expensas de un mañana soleado, que quién sabe cuándo llegará.
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Creo que no abandonaba a una persona tácitamente desde hacía 15 siglos, y, de igual modo, sin premeditación ni alevosía, respondiendo a un instinto, a otro tonto y estúpido impulso, tras crearse un silencio ominoso entre los rumores multitudinarios de Bon Succès. El vacío ha provocado un estruendo que ha acabado de terminado de unir todas las grietas de nuestra pared y, como en los tópicos, me he sentido a kilómetros de distancia de ella, sentado apenas a medio metro de sus rodillas y huyendo de sus grietas; sus rodillas se han levantado como un muro ahora infranqueable, se han tensado y han dado pie a una triste sinfonía entonada desde mi garganta, anudada, con mis cuerdas vocales desafinadas. Sólo tengo la sensación de haber abandonado a alguien cuando alguien tal me ha importado.

No sé cuándo volverán los gerundios a mi vida. De momento, últimamente, sólo atisbo participios, salvo una pequeña y enorme excepción que prácticamente siempre me devuelve la sonrisa.