lunes, 2 de junio de 2008

Día XV, o el de la maratón interrogatoria

Las entrevistas realizadas hoy bien merecen un libro entero, 2 horas nada más y nada menos realizando sendas entrevistas orales. Una, la de recursos humanos, extraña, ante una zorrilla que me ha metido en un despacho a 28 grados, y entre lo buena que estaba y el sudor que me recorría progresivamente hasta variar el rumbo en los vértices de mis pómulos -poco marcados debido a mis sustanciales mejillas-, o hasta enfrentarse al abismo que supone la punta de mi nariz, desde luego y dadas las circunstancias, ha ido mal. No me he puesto nervioso, pero a una de personal explicarle como funcionan los procesos financieros es como pedirle a mi bisabuela que se instale el mozilla. La segunda ha sido muy diferente. No sólo por el intervalo de la conversación en la primera, correspondiente a mi principal cagada:
- ¿Qué tal llevas el inglés?
- Pues muy bien, la verdad (...), por todos estos motivos, aunque reconozco que no sabría qué pedir ante una mariscada, si la carta fuera en inglés – ella no lo he cogido, pero como soy básicamente un cerdo lo único que me ha venido a la cabeza ha sido un rápido y contundente-: no sabría pedir almejas.
Tomate sí, con sólo verme la cara se intuía.

Al despacho del director de la división sólo le faltaba la bandera en una de las esquinas, tan separadas unas de otras como yo de su categoría; qué mesa, al verla me he imaginado a una mujer con un trapo enorme deslizándose sobre ella. Pero un detalle me ha llegado al alma. Lo único que tenían en común el director y la joven entrevistadora pornobuena de personal es el aire de superioridad académico que poseen únicamente los Másters del Universo. Sin embargo, él sí que sabía de lo que me hablaba, y yo sabía contestarle, y él lo entendía todo, y sabía más que yo, sin duda, de todo.El detalle que me ha llegado al alma, para finalizar, es lo que ha dado toda la confianza. La silla que me había ofrecido era, visto a la legua, mucho más cómoda que la suya y eso, para mí, habla totalmente en favor de un interlocutor. Jamás en la vida me he sentado en una tan cómoda como esa, y de tenerla en mi poder, ¿Cómo se me ocurriría cederla?

Podrán contratarme o no, pero desde luego en 2 de 3 he pasado el corte.

Pero como siempre... las mujeres tienen la culpa. Y mira que hoy llevaba visible el libro de Laforet.

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